Viajes
Cada viaje que uno emprende provoca un cambio en nuestro ser. A veces simple, donde sólo se registra con una foto el lugar visitado para dar testimonio que uno estuvo también allí, y a veces los cambios son complejos, profundos.
Son viajes a nuestro interior donde se ponen a prueba nuestros miedos, nuestras angustias, nuestro espejo a trabajar. Esos son los trayectos a emprender, los que nos enseñan a evolucionar en conciencia. Cuando se van abriendo los portales no hay retorno.
Somos famosos? No. Conocidos? Según el ambiente en que nos movamos… y lo que realicemos, tal vez.
Nuestras historias se entrelazan con las historias de otros, tanto o más ricas que las nuestras.
Sólo hay que saber escuchar. Me pasó en este viaje donde se atrasó nuestro vuelo más de 12 horas
Conocí a una mujer valiente que estaba tratando de conseguir un nuevo vuelo de conexión de algún modo para regresar a su lugar de origen. Había enviudado hacía poco tiempo y había emprendido el viaje para visitar a su hijo y nietos que vivían lejos de su país sin saber el idioma. Nietos e hijos lejos, un negocio a atender y otros hijos en su país. Todo un desafío para ella.
También me crucé con un emprendedor buscando nuevos horizontes con la familia en Argentina. Un adolescente de Miami yendo al país de origen de su padre y amante de la naturaleza; y así puedo seguir narrando historias interesantísimas de vida. Personas famosas? No. Importantes? Sí. Cada una por lo expresado favorece a su ambiente, lo enriquece, cuida y valora su hábitat. Se involucra y hace que vivamos mejor…
Ese es el mundo que viene, en donde hay un espacio para el otro, una palabra de aliento, una ayuda cuando se precisa. Detenerse, estar con nuestros pies en la tierra y conectados con la fuente infinita del amor. Tomar conciencia de ello y crecer.
Somos afortunados de vivir aquí y ahora y probar que se puede.
María Fernanda Zúñiga
Mi camino de Santiago
Estando de vacaciones, me llegó la invitación para hacer el Camino de Santiago. No dudé ni un segundo en aceptar aquella propuesta. Hacía muchos años que estaba esperando que esto sucediera y lo que fue un planteo de ganas de hacerlo en marzo, en junio de ese mismo año se convirtió en realidad.
Seis personas viajamos juntas para recorrerlo, y les aseguro que fue una de las experiencias más importantes de mi vida.
El desafío era recorrer la ruta portuguesa y los 120Km de distancia que separan Valença do Miño en la frontera entre Portugal y España, con la Catedral de Santiago de Compostela. Cada etapa de esos seis días estuvo repleta de sensaciones, momentos, paisajes, aromas y sabores que quedaron marcados a fuego en mí.
Cada metro recorrido era sostenido por el orgullo de ser una peregrina y por lo más importante que te acompaña durante el trayecto, que es: el deseo, el augurio y el aliento permanente expresado por quien te cruce de Buen Camino. Esa energía solidaria y de compañía es la que me sostuvo bajo la lluvia intensa de la Galicia adorada, en cada flecha que indica la señal de por dónde seguir, y también en esos momentos donde necesitas saber que eres capaz de alcanzar la meta.
Viajamos juntos pero con la consigna de que se respetaba el tiempo personal de cada integrante del grupo. Esa premisa nos convirtió en una especie de mini manada, sin líderes, muy unidos y atentos los unos de los otros. En libertad.
Llevar el pasaporte y sellarlo en cada pueblo recorrido era una mezcla de logro y alegría. Respetar mi tiempo y mi ritmo fue un aprendizaje increíble.
Atravesar desde grandes ciudades a pequeñas aldeas, entender la visión de un viaje hecho a pie, te da una dimensión de tu propio camino recorrido, y de todo lo que has transitado hasta encontrarte allí, viviendo este nuevo capítulo de tu destino.
Cada día que completaba una etapa era de alegría y satisfacción y lo que en el día uno era el objetivo primordial, en el día cinco se convirtió en una especie de melancolía por palpitar la culminación del camino. Los senderos, el silencio, la contemplación y el disfrute son tan grandes que mitigan cualquier sensación de cansancio.
El último día y faltando unos seis kilómetros, una lluvia implacable nos acompañó hasta llegar a la Catedral.
Ese último trecho lo recorrimos en absoluto silencio, con nuestros cuerpos empapados y con la mente enfocada en llegar. Al arribar a la plaza del Obradoiro, la emoción y la felicidad, mezclada con la satisfacción de haber alcanzado la meta propuesta, es una sensación muy difícil de asimilar. En ese momento, el agradecimiento a la vida que sentí por el recorrido hecho fue inmenso. El amor que se siente durante toda la travesía y el haber enfrentado los límites no tiene precio alguno.
En el Pórtico de Las Platerías puede apreciarse el Crismón con la primera y la última letra del alfabeto griego: Alfa y Omega. Esos símbolos aparecen invertidos, Alfa está en el lugar de Omega y viceversa. El motivo es simbólico: tras el Camino, el fin se convierte en un nuevo comienzo. Un nuevo camino se abre para emprender. Y el motivo cristiano es que Alfa y Omega es un nombre de Dios en la Biblia Apocalipsis 1:8, “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
Al otro día, después de retirar el pergamino que acredita el haber cumplido este maravilloso viaje, en la visita a la Catedral, pude ver en acción al Botafumeiro y apreciar desde los techos de la misma las hermosas vistas de la ciudad.
Llegamos luego al famoso Km 0 en Fisterra, o Fin del Mundo, destino de las antiguas peregrinaciones paganas.
Allí en el cabo de Finisterre culminé mi viaje con uno de los atardeceres más bellos que vi en mi vida; otro símbolo de necesario final para un nuevo amanecer.
Fue un viaje distinto, un camino de conexión permanente conmigo misma, de profunda introspección y de reconocimiento a la energía que el Camino te da para sostenerte. Un viaje pleno, en donde todos los sentidos se abren para disfrutar de paisajes imborrables, naturaleza exultante en colores, rías y riachos sonoros y cristalinos, comidas deliciosas, anécdotas entrañables, gente amabilísima y de gran camaradería.
El 25 de julio, por una experiencia personal que atravesé, es una fecha muy especial para mí, y es justo la del día del Apóstol Santiago. A veces los misterios de la vida te marcan los caminos.
Por siempre, profundamente agradecida de haberlo podido realizar.
Las gemas y sus colores Las gemas o piedras pertenecen al gran reino mineral y nos influencian energéticamente. Sus distintos colores responden a los elementos que las componen. Por ejemplo: las rojas, nos transmiten fuerza y calor. Las rosadas: paz, unidad, amor. Las azules, nos brindan tranquilidad y nos conectan con lo espiritual así como las amarillas, nos conectan con la mente, ayudándonos a mantener la concentración y la positividad. Las anaranjadas, nos estimulan para el éxito y la creatividad y las verdes nos armonizan con la naturaleza, nos relajan. Las marrones nos estabilizan y nos conectan con la tierra. Las grises nos neutralizan y nos ayudan a tener autocontrol. Las negras nos empoderan y protegen. Sabemos que todo lo que existe tiene energía. Los distintos grados de la misma hacen la diferencia entre los estados que percibimos y los que nos resultan normalmente imperceptibles. La diferencia entre los distintos estados es su frecuencia (la velocidad con que oscilan sus átomos.) Los niveles de baja energía corresponden a frecuencias más densas o a menores frecuencias. De ahí que las gemas según sea su color vibren en distintas frecuencias. Si las trabajamos desde el color, estaremos haciendo cromoterapia. Si lo hacemos sólo desde la composición química de la gema estaremos haciendo gemoterapia. Podemos trabajar de muchas maneras con las gemas: unificando color y composición química o incrementando la energía y por lo tanto su frecuencia vibratoria entre otras cosas. A modo de ejemplo: si a un cuarzo cristal lo cargamos de energía a una alta frecuencia podemos ver sus destellos luminosos desde el infrarrojo pasando por toda la escala cromática (arco iris).